Jueves, Marzo 28, 2024
   
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LARVI, UNA TIENDA HISTORICA

El 27 de mayo del pasado año, cerró, después de setenta y seis años de actividad continuada, un mítico establecimiento que ha venido marcado la moda en Cartagena. Está claro que hablamos de LARVI, cuyo nombre comercial ha sido siempre sinónimo de calidad, elegancia y distinción.

Pero, ¿Cómo surge el negocio de LARVI?

Sitúense en Cartagena en el año 1935, en plena II República, con Eduardo Bonet Molina como Alcalde de la Ciudad. Dos inquietos empleados de “Camisería Nadales” de la calle Mayor, Antonio Martínez Lara y Pepe Mulero Vivancos, deciden ser empresarios y montan un negocio en la Plaza Prefumo o Plaza de San Sebastián al que llaman LARVI, acrónimo formado por las dos primeras sílabas de los segundos apellidos de sus socios LAR de Lara y VI de Vivancos.

Al año de la puesta en marcha de LARVI estalla la Guerra Civil y a Pepe Mulero lo movilizan y lo envían al frente de Teruel. Antonio se queda solo en el negocio y en uno de los últimos bombardeos que sufre Cartagena, al abandonar la tienda camino del refugio, les roban las pocas existencias que tenían. No obstante, el ánimo no decae y ahí siguen, aunque sea bajo mínimos. Termina la contienda viene la posguerra: el hongo, aquí Radio Andorra, Emisora del Principado de Andorra, Radio España Independiente “La Pirenaica”, la Juanita Reina y su pasodoble “Francisco Alegre y Ole” y la Silvana Mangano con el “Negro Zumbón”…. Son años duros y complicados, sin embargo, Antonio y Pepe siguen ilusionados con su negocio y hasta tienen su spot publicitario que se proyecta en los cines locales: “Los escaparates de Larvi son una tentación” Prosigamos, estamos ya en el año 1956 y Antonio Martínez Lara, padre del histórico e insigne “El Cheche,” masajista que fue del Naval, conocidos por “los bisagras” por depender de la antigua Bazán, decide abandonar LARVI y Pepe Mulero Vivancos se queda solo en el negocio, pensando en su único hijo, José Abilio Mulero Mercader “El Peté”, como posible colaborador de sus quehaceres comerciales.

En cuanto el Peté tuvo “uso de razón”, y pese a que todavía andaba enjugascado, empezó a simultanear sus estudios primarios en los Hermanos Maristas de la Plaza de San Agustín con el negocio familiar.

Pese a su trabajo extra, Peté, que es la mesura personificada, terminó el bachillerato y el “preu” en el Instituto Nacional de Enseñanza Media “Isaac Peral”, teniendo como compañeros, entre otros insignes, a Gustavo Adolfo Pérez-Espejo, Isidoro Carrillo de la Orden, José María García Vera y José Antonio Llopis, éste último hijo del que fue su director, Don Luis Llopis, persona admirable de un excelente nivel académico y profesional. Terminado los estudios secundarios, Peté, decide meterse de lleno en el negocio familiar y pacta con su padre una generosa jornada laboral de solamente 14 horas diarias que, en épocas de rebajas o inventario, podían rebasar las 16. En muchas ocasiones, el Sr. Vera, robusto y fornido sereno de la zona, con el chuzo en ristre y su manojo de llaves colgadas a la cintura, tenía que acudir a rescatar del trabajo a Peté, a quien recriminaba: “Jefe, cómo no se vaya ya, se la va a hacer tarde para entrar mañana.

Peté, empieza por encargarse de las compras y el trato comercial con los viajantes, procedentes de Cataluña, quienes arribaban a la tienda acarreando enormes maletas atiborradas de muestrarios cara a la próxima temporada. Por entonces, una mayoría de representantes pernoctaban en Cartagena y eso da una idea del buen nivel comercial que en la década de los años 70 existía en la Ciudad. Infinidad de noches, Peté, se quedaba en la tienda para adornar, con mucho primor y esmero, los escaparates. La especialidad de escaparatista era muy cotizada en el sector. En Cartagena era frecuente la organización de concursos de escaparates que solían coincidir, habitualmente, con la Semana Santa”

Como todo era trabajar, Peté no dejaba tiempo alguno para el cortejo y la platica con las mozas del lugar que todos los domingos y fiesta de guardar, puntualmente, paseaban por la calle Mayor. Su vida era una pura “burbuja laboral”, cerrada y monótona: de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. Pero, hete aquí, que, inesperadamente, surge un acontecimiento histórico interplanetario, como es la coincidencia en el tiempo y en el espacio de Marí Pili y Peté. Marí Pili Martínez Rivero, con tan sólo 17 años entra a trabajar como dependienta en LARVI y Peté, de 18 años, que es su jefe, la recibe, dentro de su proverbial timidez, complacido, alborozado y alborotado.

Como era de esperar, de esta candente conjunción surgió el chispazo sideral entre Mari Pili, hija de María del Colegio de “La Milagrosa” y Peté, “el del LARVI”. Después de un razonable y casto noviazgo se casan, como Dios manda, por todo lo alto en la Iglesia de San Diego. Tienen dos hijos, Jorge y María del Carmen. Es de justicia resaltar que su hija María del Carmen, ha sido en todo momento una eficaz e inestimable ayuda en la gestión de LARVI, cuyo negocio conocía y dominaba. Si María del Carmen no cogió el testigo de sus padres, fue por no poder conciliar su vida familiar-tiene dos hijas África y Carmen- con la profesional.

Se puede afirmar que, tanto Peté, como su padre, Pepe Vivancos, fueron unos virtuosos y avezados financieros en la venta aplazada o “ventas al te veré”, “a la púa” o al “ya pasaré por aquí” Los pagos se formalizaban en cómodos y polvorientos plazos de hasta 25 pesetas/mes. Habitualmente, antes de saldar la deuda, se iniciaba una nueva y así sucesivamente hasta el infinito.

Mari Pili y José Abilio, controlaban las ventas a través de unas sencillas fichas, pero cuando la actividad comercial empezó a crecer de forma exponencial, Peté tuvo que mecanizarse y acudir a tecnologías puntas. Buscó a un carpintero de toda la vida y de mucha confianza quien, bajo secreto profesional, le hizo un cajón de grandes dimensiones semejante a la peana del trono de la Santa Cena del Miércoles Santo. De esta forma, Peté y su eficaz Marí Pili, pudieron dar alojo, asilo y cobijo a tanta ficha como producía el negocio, dado que las ventas aplazadas superaban, en las décadas de los años 60/70, el 85% del cómputo global. Cada vez que, por necesidades de la gestión cotidiana, Peté tenía que manipular su cajón de clientes, cambiaba la tez de su cara dependiendo si lo apuntado era un cobro o una deuda. Sus fichas era un auténtico censo de toda la clase media cartagenera emergente o deprimida. La verdad, es que su morosidad fue irrelevante, dada su buena clientela y la óptima diligencia con que Peté, Mari Pili y su padre, Pepe Vivancos, gestionaron el negocio.

También LARVI fue pionera en Cartagena de la venta personalizada. Su clientela se probaba en su casa las prendas que previamente había seleccionado en la tienda. Una vez en su domicilio, la señora comprobaba si la blusa escogida “le tiraba de la sisa” o “el canesú no ajustaba” Una vez decidida por la compra la mujer se dirigía al marido y en un descuido irrumpía ¿Oye, mira, cómo me sienta? ¡Es una verdadera ganga! ¡Sería una pena no aprovechar la ocasión, la misma la he visto en otro sitio mucho más cara! El marido, horrorizado al ver como su mujer estaba esquilmando los exiguos ahorros familiares, exclamaba con voz lastimera: ¿No tienes una blusa igual que esa? La mujer en un acto de reflejos sin precedentes arguyó ¡Hijo, que antiguo eres, esa blusa ya no se lleva! El marido agotado y agobiado por su inmediato horizonte financiero masculló entrecortado ¡Haz lo que quieras y déjame leer el Marca! Una vez pasado el filtro marital la clienta devolvía las prendas restantes y se despedía de Peté con un lacónico “Pepe, ahora tengo mucha prisa, mañana, sin falta, pasará mi marido por aquí”. A los varios meses pasaba la susodicha clienta deudora y planteaba pagar su deuda a plazos y, por supuesto, pidiendo un descuento por pronto pago.

Un buen día de mañana una ciudadana entró al LARVI, eligió varias prendas y seguidamente pasó al probador para comprobar si se ajustaban a su talla. Cuando salió del mismo dijo no estar interesada por ninguna. Sin embargo, observaron que la señora se movía con dificultad, dando saltitos cortos de canguro; de pronto repararon que desde el interior de su falda colgaba una pata de pantalón o pernera que arrastraba por el suelo. Al darse cuenta, Peté, que es ejemplo de discreción y buenos modales, no se atrevió, por pudor, a recriminar a la señora, pero afortunadamente una de sus eficientes empleadas la esperó a que saliera fuera de la tienda y cuando ya estaba en la calle le espetó duramente: “señora, todo lo que le cuelga por debajo de su falda es de mi Jefe, así que, arría el magre o llamo a un guardia”. La señora sin inmutarse replicó “anda, qué despiste, ya notaba algo raro”. La dama en cuestión se había amarrado el pantalón a la cintura por debajo de la falda, con tan mala pata que una pata terminó por descolgarse.

Por LARVI pasaron insignes personajes como Su Majestad el Rey Juan Carlos I de Borbón, cuando era Príncipe y estudiaba en la Academia General del Aire de Santiago de la Ribera que en varias ocasiones compró gemelos y sujeta corbatas con el escudo del Real Club de Regatas de Cartagena. Los Almirantes de Capitanía General y actores como Lola Herrera y los fallecidos, José Luis López Vázquez y el entrañable director cartagenero Agustín Navarro, quien dirigió películas como “Enseñar a un sinvergüenza” y la “Casa de los Martínez”. Nuestro paisano Agustín Navarro estaba casado con la actriz de cine y teatro la admirable y culta Carmen de la Maza que en la recién serie de televisión “Águila Roja”, hace el papel de Condesa de Osuna.

Y no sería justo hablar de LARVI, sin tener un recuerdo emotivo y entrañable para el que fue un eficiente empleado hasta su muerte allá por los años 80; me estoy refiriendo a Antoñico Mercader, familia de Peté. Antoñico sólo tuvo en esta vida dos grandes amores: el trabajo y la Cofradía California, de la que era su Mayordomo de Iglesia, vamos quien encaramado en lo alto del pulpito de la nave principal de Santa María y micrófono en mano organizaba la salida y entrada de todas las procesiones californias.

LARVI siempre ha sido sinónimo de elegancia, estilo y calidad, hasta el punto que todavía en Cartagena cuando alguien viste de forma extravagante se le dice: “maestro, como entres al LARVI, salta la alarma” y es que LARVI, era la referencia de la distinción y el buen gusto y no es casual que hasta aquí vinieran clientes procedentes de Murcia y Alicante, atraídos por las grandes marcas que LARVI vendía en exclusiva.

El 16 de junio de 1998, el patriarca y cofundador de LARVI, Don Pepe Mulero Vivancos murió a los 89 años de edad. A los pocos días de su fallecimiento, LARVI 1, después de 64 años de continuada actividad comercial, cerró definitivamente sus puertas. Quedaba LARVI 2, que permaneció abierto desde Noviembre de 1977, en la calle del Aire, esquina Medieras, en cuya tienda Peté moró sus últimos 33 años de vida profesional.

Quienes lo conocemos sabemos que Peté siempre ha sido un gran trabajador, disciplinado, metódico y austero que ha dedicado muchas horas a su “oficio” y que supo impulsar y consolidar el negocio que creó su padre, Don Pepe Mulero Vivancos, hace ahora setenta y seis años. Es posible que Peté no sea un triunfador al uso, pero si deja tras de si un importante legado y testimonio profesional y humano.

En estos tiempos de emergencia económica, nadie duda que José Abilio Mulero Mercader, Peté, representa los valores de la pequeña empresa que busca la excelencia, a base de entrega, sacrifico y esfuerzo, por ello, lo consideramos acreedor al “Certificado de Empresario como Dios manda”.

 

La jubilación de 'El Sémola'

Para festejar los setenta cumpleaños y la jubilación del entrañable, Lázaro Sánchez Romera, conocido en diferentes gremios, ambientes y saraos, como “El Sémola”, nos reunimos con él un grupo de amigos liderados por el eminente financiero, Paco Sastre, entre los que se encontraban Ángel Santos y su Mariquita de toda la vida; Enrique Jiménez, su Dolores y su hija Teresa. Entre los sueltos andaba la radiante y lozana, Ana Azofra que acudió al sarao ataviada de fina pedrería y vestida discretamente en un tono pastel, Miguel Ángel Romero, Pedro Jorquera, el maestro barbero de la calle San Francisco, Miguel Ángel, mi Félix Vivancos, que es como el perejil que en todas las salsas se encuentra, Carlos Gómez de Salazar, el inefable Víctor Manuel “El Balibrea”, Paco Inglés, antiguo dueño del Bar Sol y un servidor de ustedes que da fe pública del evento.

Justificó su ausencia, entre otras muchas celebridades, la Baronesa Von Bismarck, quien envió un fax muy cariñoso al homenajeado, y le recordó su último encuentro en Cartagena, curiosamente, en la Cuesta de la Baronesa.

En fin, después de barajar diferentes restaurantes de prestigio, como el “Bulli” de Ferrán Adrián, “Zalacaín” o “Jockey”, consideramos que el escenario adecuado era el Bar Sol de la Plaza San Ginés, en donde “El Sémola” ha consumido, acodado en su esmerada barra, toda su dilatada vida laboral. Eso si, el recuelo lo dedicó desinteresadamente a su segunda ocupación como Jefe de Relaciones Exteriores en la Botica de Gerardo Santos, a cuyo trabajo acudía embutido en una bata blanca guateada, que pese a ser diseño exclusivo de Ágata Ruiz de la Prada, la sisa siempre le constriñó ferozmente el alerón por la parte de la bocamanga y también por el canesú produciéndole un sospechoso pinzamiento en el escote. Sus pobladas cejas y esbelta figura la remataba una larga y mimada cabellera tipo “Llongueras”, que nos recordaba al inefable Profesor Franz de Copenhagen.

El ágil y hábil Carmelo, actual director gerente-financiero del Bar Sol, nos sorprendió con sus innovaciones culinarias, a base de unos jugosos calamares laminados a la romana rehogados con zumo de limón; textura de magra de cerdo murciano, al baño de jugo de tomate y perejil asilvestrado; crema de ensaladilla rusa con carpaccio de atún y nutrientes vegetales, en fin, todo un festín culinario que, como dice el sabio, “el rico come y el pobre se alimenta”

Nuestro agasajado, con más hambre que los leones del desaparecido Ángel Cristo, se comió él solito un plato de “sardinas de bota” maceradas al perfume de las finas hierbas, cuya rápida ingesta le produjo una salvaje y prolongada tronada en todo su paquete intestinal y parte del esófago medio.

Durante el acto le fueron entregados a nuestro “Sémola”, unos finos y delicados regalos, como un kilo de sémola envasada al vacío, traída expresamente para él desde los Santos Lugares. Pero lo que más le emocionó fue una placa de alpaca recordando tan emotivo acto y un cuadro de plata meneses con un retrato de nuestra Patrona la Virgen de la Caridad. Henchido e hinchado de tanto jalar “El “sémola”, arrancó, inesperadamente, a lloriquear y con voz entre quebrada nos confesó que él hubiera preferido algo más sustancioso y con más trazas, como un viaje de ida y vuelta, un suponer, al Cancún ese.

A veces el calificativo de buena persona se utiliza para enmascarar la falta de otras cualidades en un individuo. No es este el caso de Lázaro, que es una persona cariñosa, honesta, amable y extraordinariamente servicial y generosa.

Y es que Lázaro Sánchez Romera es una de esas personas a las que todo el mundo quiere y aprecia, un grande entre los grandes. Socarrón por naturaleza, pero no hiriente; persona popular, pero no populachera; divertido, pero responsable y consecuente; vulnerable, pero de profundas y arraigadas convicciones; ponderado y sacrificado ante las dificultades que tuvo que afrontar por la muerte de su primera esposa. Creo, honradamente, que Lázaro ha sabido gestionar su vida con suma inteligencia y como prueba evidente de ello ahí está su biografía vivida.

¡Lázaro, somos muchedumbre los que te apreciamos y queremos! Suerte y larga y próspera vida para ti y todos los tuyos. ¡Bienaventurados los que se ríen de si mismo, porque nunca se les acabará el humor!

 

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