Lunes, Abril 29, 2024
   
Texto


'Autorretrato'

Hace unos meses cierta apreciada y traviesa personilla me pidió una fotografía en la que yo apareciese 'guapo'. Aunque de sobra sé que ésta sería ardua tarea de conseguir, prometile enviársela, pero… por escrito. Y heme aquí hoy con la psique serena presto a cumplir, con ayuda de mi numen, la promesa de auto fotografiarme lo mejor que pueda y sepa.

La gente de ahora considerará que este escrito es un selfi (autofoto), ¡horrendo y generalizado neologismo de uso vulgar! A propósito de esto, añadiré que actualmente el verbo castellano se haya bárbaramente ultrajado debido al uso innecesario de un sinfín de extranjerismos. ¡Qué dirían nuestros caros y pulcros Cervantes, Lope de Vega, Pérez Galdós y tantos otros, si nos oyeran pronunciarlos! Además, el vocablo antes aludido lo aborrezco por proceder del inglés, y siempre me llevé mal con los hijos de la pérfida Albión, que aún se permiten el lujo de presumir porque ondean su señera en uno de los más emblemáticos rincones de nuestra —mal que les pese a muchos— gloriosa historia.

Para quienes no lo hayan captado todavía, aclararé que este artículo pretende ser como un autorretrato hecho a pluma… ¡no a plumilla! De paso, se lo enviaré a otros amigos por si les apeteciese guardarlo en ese lugar de sus sentimientos que consideren más oportuno.

Al comenzar mi tarea, puntualizaré que la responsabilidad de mi aspecto debe repartirse a partes iguales entre España y Puerto Rico, países donde nacieron respectivamente mis queridos padre y madre, mentores a los que tanto debo y que me enseñaron a vivir y a comportarme. ¡Qué no daría yo por tenerlos todavía a mi lado! La descripción que hago la capté esta mañana, mientras me «observaba sin ceguera», tal como aconsejaba Sócrates a sus discípulos «para poder expresar con precisión cuanto veían», y corresponde a la triste imagen que descubrí en un espejo después de advertir la demoledora acción que el paso de los años había obrado en aquel joven que fui ayer.

Y ya, sin más preámbulos, empiezo por mi testaruda azotea. La abundosa floresta que en otro tiempo la poblaba ha devenido en páramo desértico con tan sólo unas pocas matujas albas y grisáceas. Por ello, en ocasiones ahora suelo usar gorra o sombrero para guarecerme de la acción del sol o del frío. En cuanto a mi frente, cada vez más generosa, es fácil hallarla constreñida. Cuando así la descubráis, no creáis que se debe a mi mal humor, sino, por una parte, a los surcos que la vida ha grabado en ella y, por otra, a que soy un eterno pensador que anda siempre buceando en el profundo mar de las ideas.

Son mis ojos pardos y soñadores, incansables aficionados a forjar aventuradas historias con las imágenes que atrapan; singular hábito que heredé de una heroica mujer que hace más de quince lustros arriesgó su vida al darme la mía. Es mi nariz notable y aquilina, rasgo que ya las vetustas civilizaciones helénica y romana aseguraban ser signo varonil y de hidalguía; de todas formas, su aspecto queda un tanto disimulado porque desde hace demasiados inviernos utilizo lentes; de ella, afirmo que fue muy bien instruida, pues no suele inmiscuirse donde no la llaman. Son mis orejas de carácter dominante, porque presentan el lóbulo inferior totalmente separado de la quijada; sin embargo, son inexpertas en el arte de la escucha, ya que a menudo oyen lo que les desagrada y dejan escapar entre murmullos lo que les cautivaría haber percibido. Soy de labio fino y más mudo que parlanchín, condición que de todo punto me enriquece, pues es sabido que dueños somos de lo que callamos y esclavos de lo que decimos; en cuanto al marfil que atesora en su interior, declaro no ser muy de fiar, pues comparte su número entre lo extraño y lo aborigen, si bien todas las piezas colaboran eficientemente en la actividad del buen yantar, afición que me deleita siempre que, como decía Fray Luis de León, la mesa esté «bien abastada». Más límpida que morena es mi epidermis y ello no me ruboriza, pues en otras épocas el albo fue signo aristocrático de buenas cuna y crianza, en contraposición al pardo, más propio de campesinos y aldeanos, que laboraban largas horas bajo la furia de Febo; en este sentido, aunque sé que en los actuales tiempos los regentes de la moda aconsejan y prefieren el color bronceado de piel, no me dejo guiar por ellos, por lo que he decidido no renunciar al mío.

Continúo con el tronco y la arboladura. Soy parvo de estatura, lo cual en lugar de molestarme me gloría, pues es atributo heredado de la ancestral raza hispana que, pese a su menguada talla, fue capaz de conseguir un imperio en el que no se ponía el sol; ¡qué grande diferencia entre aquellos iberos aguerridos y escasos en tamaño y los altos donceles actuales!, más preocupados de su peinado y de superar marcas deportivas que de emprender ingentes gestas heroicas que desempañen la pobre imagen que presenta nuestra España actual. Son mis manos tremendamente desastrosas para el trabajo artesanal, pero hábiles en tareas artísticas o delicadas, pues soy más amigo de péñola y pincel que de palustre y martillo; por todo lo cual, procuro mantenerlas bien limpias y cuidadas. En cuanto a mis pies, que también cuido, suelen conducirme con presteza y rapidez a mi destino; ¡ojalá continúen haciéndolo así durante muchos años! Últimamente observo que mi espalda no anda tan enhiesta como yo deseara y deduzco que se debe al peso de los años, que acarreo como puedo; a tal efecto, cuando la sorprendo en postura inadecuada, procuro enervarla, con lo cual consigo, aunque en exigua medida, conceder algo más de talante a mi figura.

Siguiendo el consejo de la autora de mis días, me afeito diariamente; en dicho cometido no uso ni barba ni sotabarba ni perilla ni patillas atrevidas ni bigote, pues siempre gustome mostrarme a la llana; así tengo oportunidad de acordarme a diario de mi madre y, también, de observar en el espejo el sinfín de muecas que compongo para conseguir el rasurado apetecible. Igualmente, el aseo forma parte de mi protocolo cotidiano, pues aborrezco a aquéllos que suelen avisarse con tiempo a través de los efluvios que emana su ineludible humanidad y acaban haciendo insufrible su presencia a los demás.

En cuanto a mi apariencia en general, por respeto a los demás y a mí, procuro adaptarla a los ámbitos sociales que frecuento; así pues, uso indumento limpio y sencillo tratando de no sobresalir ni desentonar. No utilizo complementos; en consecuencia, no llevo reloj, dispositivo que decidí abandonar el 23 de diciembre de 2000, primer día de mi jubilación, pues entiendo que ya existen en el mundo demasiadas cadenas que nos esclavizan, y vivir pendiente de la hora es una de ellas. Además, como no soy petulante, tampoco me apasiona llevar joyas, tales como anillos ostentosos, pulseras, pendientes… salvo la medalla de Ntra. Sra. Virgen del Rocío, que uso en los viajes para que ilumine mi sendero, y desde el 7 de septiembre de 2019 la alianza de mis Bodas de Oro, que soportaré mientras no me pese haberlas celebrado. Por cierto, ahora que las menciono, pienso que mejor deberían denominarse Bodas de Estaño, ya que 50 es el número atómico de dicho metal, aunque los expertos en efemérides sociales designan con esa denominación a las que se celebran a los 33 años.

Sufridos y amigos lectores: en este punto doy fin a mi retrato, mas, puesto que en esta vida nada hay perfecto salvo la bella Naturaleza que nos tolera aunque la maltratemos, seguro estoy de que, como todo lo nacido del ingenio del hombre, es susceptible de mejorarse. Por tanto, ruego a quien esto viere y descubriera que es posible hacerle algún retoque para asemejarse más a la realidad, no dude en sugerírmelo pues lo aplicaré sin demora.

Gracias anticipadas y felices fiestas.
 

 

'El cuento de la Navidad'

Desde que éramos niños nos contaron ya el cuento de la Navidad. Era un cuento lleno de imágenes, colores, sonidos y olores que algunos de nosotros aún tenemos guardados en el cajón de nuestra memoria.

El cuento comenzaba con el anuncio de las vacaciones, nacimientos, lucecitas de colores, villancicos....y luego ya seguía con la gran cena del dia de la Nochebuena, la familia reunida (sin poder evitar en muchas ocasiones las grandes o pequeñas disputas entre los miembros de la familia). Una mesa adornada, un mantel bonito, bolitas de colores, velitas, la vajilla de las ocasiones especiales y sobre los platos los cadáveres de nuestros pequeños hermanos animales: langostinos, besugo, cordero, pavo, pato....todo bien adornado, que no se note que está muerto hace ya días, bueno, muerto no, asesinado es mas acertado decir.
Licores, turrones, dulces....regalos para todos....el cuento de la Navidad.

Y qué era lo que se celebraba?, alguien lo llega a recordar?: el nacimiento de un niñito en un pobre pesebre de Belén, un niñito que parece que nunca creció, nunca llegó a hacerse hombre, año tras año siempre estaba en su año cero, no podía hablar, era aun demasiado pequeño, siempre recién nacido, sin voz ni voto.

Ese niñito era el hijo de Dios, y allí dándole calor, además de sus padres estaban los animales que le acogieron. Seguro que hoy habrían acabado en el matadero para convertirse en el menú especial de los que celebran Su cumpleaños, la gran fiesta de la matanza.
Año tras año, siempre la misma cantinela: lucecitas, villancicos, portalillos, compras desmesuradas, siempre el mismo cuento año tras año.

La Navidad, la fiesta que simbolizaría el nacimiento de La Luz y de la Paz convertida en la fiesta pagana del atiborramiento y de la idolatría. Siempre el cuento de la Navidad, año tras año, siempre la misma cantinela.

Para terminar me vienen a la memoria unos versos del poeta León Felipe:
“...he visto que la cuna del hombre la mecen con cuentos
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos
que los huesos del hombre los entierran con cuentos
y que el miedo del hombre ha inventado todos los cuentos....”

Ha llegado la hora del despertar. ¡Dejémonos de cuentos!

 

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