No sin mi Virgen
Corría el mes de abril del año 1936 y aún faltaban tres meses para que se sublevasen las tropas nacionales en el norte de África. Ya se podían apreciar los primeros almendros en flor por el Campo de Cartagena y los árboles empezaban a lucir sus verdes hojas caducifolias perdidas durante el frío y húmedo invierno. Pero todo este colorido primaveral fue ensombrecido una vez más por la miseria humana.
Tras aquellas fatídicas y polémicas elecciones de Febrero de 1936, los izquierdistas quisieron apoderarse de lo que no era suyo, del sentimiento de un pueblo. En contra del sentir cartagenero y de la tradición de toda una ciudad más que milenaria, los miembros del Frente Popular no permitieron que las cofradías más significativas de la ciudad saliesen a la calle como siempre lo habían hecho. La excusa: evitar que se produjesen altercados entre los elementos políticos de la población. ¡Qué irónico! Los mismos que antes presumían de libertad, de comprensión y de paz, ahora alentaban la censura, la irracionalidad y la exclusión.
¿Es que aún no se habían percatado de que en Semana Santa nunca hubo ricos ni pobres, ni derechistas ni izquierdistas, ni oriundos ni forasteros? Simplemente había personas. Todos acudían a la llamada y dejaban las diferencias a un lado. En aquellos convulsos días, no sólo se prohibió o se adoptaron infinidad de trabas a la confesión católica predominante, sino que los partidos laicos aumentaron la crispación con sus declaraciones, protestas y manifestaciones. Fue una verdadera pena, pero así sucedió; Cartagena se quedó sin sus procesiones, ante la pasividad de sus habitantes y la incredulidad de los fervientes.
Llegó el Jueves Santo, día del silencio, momento de máximo respeto de todo el año litúrgico; silencio que fue lamentablemente quebrantado por un numeroso grupo de radicales llenos de odio, revancha, desesperación e impunidad manifiesta. Esta turba, enarbolando banderas rojas de forma despótica y hostigante y alzando fuertemente el puño izquierdo, lanzaron “urras” al comunismo y cantaron la internacional ante la confusa mirada de mujeres, hombres y niños. La turbamulta apareció por la zona Sur de la calle Mayor, la arteria principal de la ciudad, donde el sentimiento procesionista despertaba mayor fervor. Bruscamente violaron un silencio que no les correspondía, desafiando a Dios y a sus feligreses con insultos y desprecios. Un hecho sin precedentes oscureció la paz y la tranquilidad vivida hasta entonces. En cuestión de segundos una riña sangrienta explotó entre los increpadores y los que defendían la libertad religiosa. Salieron volando platos, vasos, mesas y todo lo que la gente se encontraba a su alrededor. Los ruidos de los cristales se entremezclaban con los gritos de súplica y pavor. Afortunadamente no murió nadie, pero si hubieron bastantes heridos y muchos sueños rotos.
Pero la provocadora multitud no quedó satisfecha y decidió ir a la iglesia de Santo Domingo donde se encontraba el Santísimo. Estaban dispuestos a entrar y acabar con todo. Pero para su sorpresa, allí se encontraba un valiente Teniente de Navío que no tenía ninguna intención de dejarlos pasar. El oficial, digno de su cargo, no se lo pensó dos veces y desenfundando con autoridad su pistola del nueve exclamó:
- ¡Ya pueden entrar!
El silencio por fin se volvió a recuperar. Ninguno, de los casi trescientos increpadores, tuvo coraje para luchar contra el heroico salvador y no tuvieron más opciones que marcharse. Hasta ese fatídico Jueves, muchos cartageneros no se percataron de cuales eran las verdaderas intenciones de los marxistas pero, tras los encontronazos sufridos, ya no había lugar a dudas. La sin razón se había convertido en conspiración contra lo humano y lo divino.
Desgraciadamente, ahora se cumplen 75 años de aquellos trágicos acontecimientos y parece que Cartagena lo haya olvidado o cuando poco silenciado. Amigos semanasanteros - como a mi me gusta llamarles -, no se equivoquen y menos aún sean hipócritas, que hoy salgan las procesiones con auténtica normalidad es consecuencia directa del esfuerzo de personas como aquel valiente Teniente. Esperemos que los primeros sucesos que se han producido en la Universidad Complutense de Madrid o en Murcia, con el Cristo de Monteagudo, sean meros hechos aislados y no el inicio de lo que se avecina. Si algo le pediré este Lunes Santo a la Virgen de la Piedad, cuando la lleve en mis hombros, será que siempre puedan verla por las calles de ésta nuestra ciudad.
¿Algo está cambiando?
Uno de los grandes poderes de Internet se basa en el acceso libre a un gran caudal informativo, a una cantidad ingente de datos que afectan a todo tipo de cuestiones que pueden llegar a la opinión pública, o sea, a todos nosotros, a todos ustedes, sin necesidad de que pasen por una serie de filtros.
Un ejemplo de este tipo de trasiego informativo, de esta información que transita de un lugar a otro por la red, o sea, por los terminales de recepción de información, o lo que es lo mismo, de todos ustedes, de todos nosotros, son las cadenas virales de correos electrónicos que circulan por todo el planeta.
Desde que Internet se ha popularizado, los Gobiernos de todo el mundo saben que estas nuevas herramientas tienen un poder tremendo en la concienciación de un gran número de temas que afectan a las opiniones públicas de todo el mundo. Y es por ello por lo que en los regímenes donde eso que llamamos Democracia no existe, no se tiene ningún pudor a la hora de censurar determinadas páginas webs o de intentar poner coto a la transmisión libre de información. La eclosión de las redes sociales no ha hecho más que multiplicar estos efectos de que la información se transmita libremente entre los ciudadanos, es decir, sin que se mastique antes de llegar a los ciudadanos, sin que se les apliquen los filtros que hasta hace poco impedían que una serie de datos molestos, de cifras molestas llegaran hasta nuestro conocimiento.
El modelo del que venimos estaba regido por un sistema de comunicación de información donde los medios de comunicación eran los intermediarios entre la información oficial y el ciudadano. Las injerencias e interferencias del poder político y no nos olvidemos de los poderes económicos, en toda la extensión de la palabra, para que la ‘información adecuada’ y políticamente correcta llegara al ciudadano se debían producir sobre esos intermediarios. Pero Internet ha destruido ese modelo, y ahora, una cadena de correos electrónicos en los que, por ejemplo, se detallan los derechos y privilegios que tienen los diputados respecto a sus pensiones, o sus sueldos y dietas puede tener un efecto letal y, en este caso, inmediato sobre nuestros gobernantes.
El correo encabezado con el titular ‘La denuncia silenciosa’ llegó a mi buzón electrónico el pasado 12 de enero. Hacía apenas un mes que los partidos políticos llamados mayoritarios, es decir, los únicos que tienen capacidad de gobernar este país, habían rechazado una enmienda de un partido minoritario, esos que no superan la cifra de los cinco diputados, para que se revisara el modelo de privilegios de que disponían los políticos por el único hecho de serlo. Igual que a mi ese correo se transmitió por media España, ya que la gran ventaja de nuestro ‘sistema democrático’ es que tenemos completa libertad de palabra y pensamiento para manifestar nuestros cabreos eternos cuando las cosas van mal.
Apenas dos semanas después de que llegara el correo y en pleno debate sobre la reforma de las pensiones, que hará que tengamos que trabajar más para que nos empiecen a devolver lo que durante toda nuestra vida hemos pagado por adelantado, los políticos se dan cuenta de que se han pasado dos o tres pueblos y empiezan a hablar de que hay que revisar esos privilegios y de que los políticos deben ser como el resto de los ciudadanos. Habrá que ver en lo que queda esa ‘revisión’, pero de momento ya se ha abierto el debate.
Y así están las cosas. Cuando escuché la primera manifestación de que había que modificar esos privilegios, me acordé de ese correo electrónico y pensé en la fuerza que puede tener Internet para cambiar algunos asuntos con los que la gran mayoría de los ciudadanos no están de acuerdo.
Está claro que las posibilidades de comunicación que nos abre Internet no son la panacea y que los riesgos de que se transmita información que falte a la verdad o que esté sesgada son los más evidentes, pero en este caso en particular, y sin tener ninguna prueba de que ha sido ese correo electrónico el que ha despertado las alarmas en la clase política, bienvenido sea.
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