Sábado, Abril 20, 2024
   
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Saca de presos

Tal día como éste, pero hace ya setenta y cinco años, Cartagena se despertó sobresaltada por un tremendo y horroroso estruendo que desquebrajó el silencio de la madrugada otoñal. La aviación nacional sobrevoló el espacio aéreo bombardeando sin piedad todo aquello que encontraba en su caminar. Las sirenas de las fábricas sonaron con potencia, lo que alertó aún más a la población. Los alaridos, la angustia y la desesperación eran el fiel reflejo de los que caminaban en la oscuridad, sin rumbo y con la incertidumbre de no saber si vivirían, serían mutilados o verían destruidas sus casas o negocios. Al fin, todo se detuvo.

El gentío despavorido tomó conciencia como pudo de lo sucedido; muchos se echaron a la calle para levantar el escombro aún humeante, socorrer a los heridos y prestar ayuda a aquellos que la necesitaran; otros, en cambio, permanecieron escondidos es sus casas, sótanos y guaridas. Hubo decenas de heridos, pero que se tenga constancia, tan sólo un hombre y un caballo muerto. Entre tanto, llegaron varios camiones repletos de militares para realizar las tareas de desescombro, que ya iniciaron los vecinos del lugar, y cercar la zona con la finalidad de contener a las personas que se agolpaban sin cesar.

El citado bombardeo significó el primero de los más de cien que recibió este colosal bastión izquierdista en toda la guerra civil. Las familias lloraban desconsoladas y no sabían bien qué ingeniar. “¡Tenemos que hacer algo, esto no puede quedar así!” – Exigían unos vecinos de la calle del Carmen–. Por su parte, los miembros del Frente Popular, que también abarrotaban la zona, coincidían con las demás gentes en tomar represalias. No obstante, como siempre sucede en estas cosas, entre la colérica masa apareció el más salvaje, el que más se hace notar y, con voz endiablada y sonrisa maquiavélica, apuntó: - “¡A por los presos, hay que cargárselos!”

Tras esas palabras, se produjo unos de los sucesos más escalofriantes e injustos que se recuerdan en la marítima. Como respuesta a aquella ofensiva aérea, se llevó a cabo una “saca de presos” de la nueva cárcel de San Antón, formada por cuarenta y nueve hombres de ideología derechista. Los injustos disfrazados de justos, abanderados por la sin razón, condujeron a los reos en un autobús de color verdoso, en dirección al cementerio de los Remedios con la finalidad de aniquilarlos. No fue necesario un proceso justo, ni tan siquiera unos tribunales ad hoc, ellos eran la justicia y por eso respondían de la manera más instintiva y extrema posible, es decir a través de la primitiva venganza.

Al llegar allí, el sanguinario concejal anarquista Manuel Martínez Norte, los dividió en dos grupos, veinticuatro en un paredón y veinticinco en el otro. Los reos invadidos en temblores veían como les llegaba su momento final. Al grito de “abran fuego”, los cuerpos se desplomaron y ya no hubo marcha atrás. Cayeron unos encima de otros, recordando “La carga de los mamelucos”, en el que Francisco de Goya refleja el convulso período histórico en el que los madrileños dieron su vida por defender a España de la ocupación francesa. Las balas atravesaron los cuerpos de los hombres de lado a lado. Algunos no murieron en el acto y estando abatidos sobre la arena, fueron rematados con nuevos tiros y culatazos. Ni tan siquiera tuvieron tiempo de despedirse de sus hijos, ni de sus mujeres, ni de sus padres, tampoco pudieron ser velados dignamente por sus familiares. Allí fueron abandonados como si de escoria se tratase.

El silencio reinó entre los atroces comunistas, quizá al ser conscientes de la salvajada acometida. No hubo marcha atrás, ya estaba todo hecho. Tras el pecado viene la penitencia, y por ello y hasta el final de sus días, esa matanza les perseguiría como la envidiosa sombra persigue al hombre. ¿Justicia? Seguramente no, pero juzguen ustedes; yo simplemente me conformo con que nunca vuelva a suceder.

 

 

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