Tanto si falta un solo diente, como si son varios o todos los dientes de la boca, los implantes dentales son una solución a tener en cuenta si no queremos utilizar técnicas de prótesis más tradicionales.

Los implantes dentales son tornillos de titanio, un metal compatible con el cuerpo humano, que colocados en el hueso del maxilar o de la mandíbula nos sirven para imitar las raíces de los dientes que hemos perdido y sustentar las prótesis que reemplazarán esos dientes.

Se utilizan desde hace  más de treinta años, lo que los convierte en un tratamiento muy fiable a la hora de reponer los dientes perdidos; además, tanto las técnicas para colocarlos, como la tecnología de fabricación de los mismos han mejorado muchísimo a lo largo de los años, por lo que prácticamente no hay contraindicaciones para su uso, excepto algunas enfermedades graves o patalogías menos severas mal controladas.

El procedimiento que se utiliza es muy sencillo: Después de poner anestesia, descubrimos el hueso en el pondremos los implantes y, mediante unas pequeñas brocas de diferentes diámetros, preparamos un lecho en el que enroscaremos los implantes. Transcurrido el periodo de cicatrización necesario para que estos tornillos se unan al hueso (oseointegración), que suele ser de dos o tres meses, podemos empezar a preparar las prótesis que repondrán los dientes perdidos.

Dependiendo del número de dientes que nos falten, las prótesis que pondremos serán diferentes, pudiendo ser prótesis fijas como removibles (de quitar y poner).

En los casos menos favorables con poco hueso en altura o en anchura, podemos hacer injertos de hueso artificial para poder poner los implantes.

Una vez colocados los implantes y las prótesis es muy importante acudir a las revisiones que indique su dentista, pues es lo que garantiza que el tratamiento funcione a lo largo de los años.