Jueves, Julio 04, 2024
   
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‘Portmán. Por fin’

Portmán. ‘Portus Magnus’. Puerto Grande. Con este nombre latino los conquistadores romanos bautizaron hace mas de dos milenios a nuestra hermosa bahía, con forma perfecta de herradura, por la que la plata de las ricas minas de la Sierra embarcaba rumbo a la gran metrópoli. Y en verdad podemos decir que acertaron con la denominación. Roma, con su buen ojo geográfico, sabía siempre lo que se hacía.

Cayó el Imperio, pasaron los siglos y la bella rada, de profundas aguas y oscuras arenas volcánicas, permaneció tranquila y dormida hasta mediados del siglo XIX, cuando otro despertar de la minería en la zona volvió a situar a Portmán y a su puerto como enclave estratégico de la nueva industria que empezaba a florecer en La Unión. Sin embargo, y a pesar de la ingente actividad desarrollada durante una centuria, no fue hasta la segunda mitad del siglo XX, y más en concreto a partir de 1957, cuando, con la aparición de las explotaciones a cielo abierto, la siempre ávida mano del hombre -en este caso a través de la multinacional francesa Peñarroya- empezó a perpetrar lo que Greenpeace llegó a calificar como "el mayor atentado ecológico en la historia del Mar Mediterráneo". Y razón no les faltaba.

Durante 33 años, y de forma ininterrupida, se arrojaron al mar -con el incomprensible visto bueno del Estado y la aquiescencia de muchas de nuestras gentes- nada menos que 48 millones de metros cúbicos de estériles mineros y reactivos químicos generados por el Lavadero Roberto, al que tristemente podríamos considerar, sin temor a equivocarnos, como un auténtico ‘Auschwitz’ del medio ambiente. Afortunadamente, ese absoluto sinsentido terminó un 30 de marzo de 1990, cuando el Presidente Carlos Collado puso fin a uno de los más tétricos monumentos jamás levantados a la estupidez y a la avaricia del ser humano.

Desde entonces han transcurrido mas de 26 años a la espera de que se cumpliera la promesa que también hizo el máximo mandatario regional aquella misma fecha, cuando aseguró que en un año empezarían los trabajos de regeneración. Huelga decir que el plazo ha transcurrido más que en exceso, habiendo convertido a Portmán en el proyecto estratégico pendiente de ejecutar más antiguo de la Región de Murcia. ¿Cuales han sido las razones para ello? Desde mi punto de vista son obvias: nos equivocamos de campo de juego. Este partido, como tantos otros, se jugaba en Madrid. Siempre se ha jugado allí y en la capital era donde había que dar la batalla, pero durante muchos años nos perdimos -algunos ahí siguen instalados- en disputas locales que jamás han conducido a nada.

En todo caso, lo cierto es que a lo largo de la ultima década me ha tocado jugar un papel protagonista en cuanto ha acontecido a este respecto, por mis sucesivas responsabilidades como alcalde del municipio, como consejero de fomento y ahora como diputado nacional. He sido actor y testigo directo de multitud de avatares, que a buen seguro algún día narraré con detalle para que la historia ponga a cada cual en su sitio. Y debo decir que he visto de todo.

He visto pasar hasta cinco ministros de Medio Ambiente. Desde Cristina Narbona, quien puso los cimientos de cómo debía desarrollarse todo el proceso, pasando por Elena Espinosa, que lo escondió en un cajón bajo siete llaves, siguiendo por Rosa Aguilar, quien -en compañía del murciano Pedro Antonio Ríos- reactivó el expediente y aprobó definitivamente el proyecto, continuando por Miguel Arias Cañete, el cual, pese a las terribles dificultades económicas, no se escondió y luchó porque saliera adelante, y terminando por Isabel García Tejerina, la mujer que ha hecho posible -con la ayuda fundamental e impagable de su Secretario de Estado, Pablo Saavedra- que el sueño se vaya a convertir muy pronto en una hermosa realidad.

He visto como en 2011 se licitaban por primera vez las obras, en un procedimiento que se fue al traste desde su mismo inicio por una serie de lamentables y sucesivos errores administrativos en la tramitación del expediente. He visto como en 2014 se licitaban y adjudicaban las obras, en otro procedimiento que tampoco prosperó a causa de la quiebra de la empresa que se iba a encargar de ejecutar los trabajos. Y he visto, finalmente, como el 19 de junio de 2015, el Consejo de Ministros presidido por Mariano Rajoy, licitaba, adjudicaba y firmaba el contrato de unas obras que -ahora sí- ya no tienen marcha atrás posible.

He hecho decenas de miles de kilómetros para mantener multitud de reuniones en Madrid. He realizado infinidad de gestiones en los más diversos foros. He peleado hasta el agotamiento buscando soluciones a los múltiples problemas que siempre se han presentado. Y también he vivido dolorosos fracasos. Pero siempre me he levantado y he seguido luchando. Y hoy puedo decir, con íntima satisfacción y desde la legitimidad moral que me da el duro trabajo de todos estos años, que la nave ya ha arribado felizmente a puerto.

Decenas de millones de euros se van a poner encima de la mesa para regenerar la Bahía y es momento de dar las gracias a todos los que lo han hecho posible. Empezando, obviamente, por el presidente Rajoy. Lo que ni González, ni Aznar, ni Zapatero fueron capaces de hacer, él sí lo ha hecho; y además en una época muchísimo más complicada en lo económico que la que vivieron sus antecesores. Una vez mas, y llevamos ya unos cuantos ejemplos este último año, el tándem que forma con Pedro Antonio Sánchez se está demostrando fundamental para desatascar cuestiones que parecían irresolubles. Y mas que ésta de Portmán, seamos honestos, ninguna. Mi gratitud sincera a ambos por su apuesta, así como a todos los responsables públicos que, antes que ellos, igualmente lo intentaron.

Y, por supuesto, gracias también de corazón a todos los alcaldes y corporaciones municipales de La Unión que siempre han estado en esta lucha, al igual que a los medios de comunicación y a las organizaciones vecinales, ecologistas, sindicales y empresariales que jamás han permitido que cayera en el olvido esta justa reivindicación. Más que nadie he padecido severas críticas de algunos de ellos, creo con honestidad que injustas y movidas sólo por intereses políticos en la mayoría de los casos, pero no es momento de mirar atrás, pues eso a nada conduce. Mi mano tendida a todas y cada una de esas entidades para, desde mis nuevas responsabilidades en el Congreso, trabajar unidos en pos de todos los retos que aún nos quedan por delante. Juntos siempre seremos más. Juntos siempre seremos más fuertes.

Porque la regeneración de Portmán, cuyas obras van a comenzar en breve, no es un fin en sí misma. Saldará una deuda histórica de carácter medioambiental que se tiene con nuestro municipio, por supuesto, pero sobre todo abrirá un futuro de esperanza, ilusión y trabajo para una comarca que lo necesita como el aire para respirar. El Gobierno de España va a limpiar la playa durante los próximos años, pero quedan aún tareas fundamentales por acometer. Así, el Gobierno Regional deberá promover la construcción del nuevo puerto deportivo y pesquero de la localidad, con la finalidad de que se convierta en el gran foco de generación de actividad económica y empleo que precisa el lugar. Y a su vez, los ayuntamientos de La Unión y de Cartagena deberán abordar la recuperación y ordenación urbanística del entorno de la Bahía y de la Sierra Minera, al objeto de permitir un desarrollo turístico de calidad, sostenible y en todo momento respetuoso con el medio ambiente.

Sólo así tendrá todo sentido, sólo así habrá cumplido todo el mundo con sus obligaciones, sólo así habremos cerrado -por fin- el capítulo de Portmán.


* Francisco Martín Bernabé Pérez ha sido alcalde de La Unión y consejero de Fomento de la Comunidad Autónoma, siendo en la actualidad diputado electo del Congreso de la Nación

 

Luis Angosto Lapizburú o la Cofradía de San Ginés de la Jara

Tras los pasos de un centenario: 1917-2017

“Cuando ya en la senectud –arqueado sobre su bastón, barba venerable- subiera a la Catedral Antigua en sus visitas diarias, sería saludado cariñosamente por todos los pobres con quienes él había sido generoso, pero sobre todo por los niños, que se discutirían con amor las trémulas manos del anciano. Y él sonreiría. Pero les silenciaría que estaba profundamente contento, porque, gracias a Dios, había llegado a ser tan pobre como ellos…” (Isidoro Valverde. 1965)

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Indudablemete el dios Chronos no podría entenderse en Cartagena sin esa otra intrahistoria que durante siglos ha ido escribiendo durante generaciones las gentes de este rincón mediterráneo. Infravalorado dicho género durante tiempo y lejos de oficialismos, al día de hoy éste adquiere una gran relevancia al profundizar sus investigaciones en aspectos muchos de ellos desconocidos, enriqueciendo nuestro pasado y lo más importante, dejando patente ese legado histórico que de otra manera -como en tantas ocasiones- desaparecería en el universo de la nada.

Es aquí donde surge a nivel institucional el redescubrimiento de esa otras historias nacidas de manos del pueblo como es el caso de nuestras Cofradías, y más concretamente la Cofradía de San Ginés de la Jara. Ésta en los últimos tiempos ha abogado por la recuperación de una memoria histórica que caminando de la mano del santo patrón de Cartagena -reconocido por el Concejo en 1677- se adentra en el siglo XVI, centuria coetánea a su canonización en 1541 por el Papa Pablo III, hace ya 475 años.

Más allá del universo apasionante que engloba la figura de San Ginés y la historia e  ignominia de su monasterio nos encontramos con la cronología de una cofradía cartagenera donde en un mundo de luces, sombras y resurgimientos encontramos nombres propios escritos con mayúsculas cómo es el caso de Luis Angosto Lapizburú (1849-1922), auténtico valedor e impulsor de la refundación en la Catedral Antigua de dicha institución en 1917 y de quién sería su primer Hermano Mayor a la par que presidía la del Santísimo Cristo del Socorro y la de los Cuatro Santos.

Hablar de Luis Angosto es hablar ante todo de una de las más respetadas personalidades de la burguesía y sociedad cartagenera de su época. Hombre de fuertes convicciones religiosas, marino, político, valedor de los más necesitados…, su curriculum polifacético alcanza en ocasiones aspectos inimaginables, hechos que ensalzan aún más la vida de este cartagenero nacido el 16 de mayo de 1849 en la calle Jara, número 5.

Por el cronista Federico Casal (1930) nos consta que ingresó en la Armada en 1861, adquiriendo el grado de Guardia Marina en 1864. Su biografía militar no deja indiferente a nadie, incluyendo doce años de navegación por todo el globo, donde su primera línea en hechos de armas y desembarcos le hicieron valedor de distintas distinciones por sus acciones, alcanzando el empleo de comandante de Infantería en 1876. Coleccionista de armas y hombre de gran sensibilidad artística reunió durante sus viajes una interesante colección de telas, cuadros, porcelanas y distintas piezas arqueológicas, dejando en su legado igualmente la impresión de unos estudios sobre la navegación por las costas de Mindanao, Yobo, Zamboanza y otras islas del Archipiélago filipino. Igualmente no podemos dejar de plasmar dentro de su periplo militar su faceta -siempre que se le ofrecía la oportunidad- de la compra y liberación de esclavos, a los que más adelante cristianizaba.

A nivel local desempeñó en Cartagena el cargo de profesor de la Escuela de Torpedos, retirándose de la Armada en 1878, para más adelante abordar la carrera política, siendo miembro igualmente de la Comisión en la Jura de la Reina María Cristina tras fallecer el Rey Alfonso XII. Durante dicha trayectoria tomó posesión en 1884 del escaño de diputado por Santa Cruz de Tenerife (tierra natal de su cuñado el almirante Conde de Santa Pola D. Juan de Antequera), en 1891 designado senador por Orense y en 1896 por la provincia de Murcia. Finalmente, en 1899, nuevamente ostentaría el cargo de diputado, esta vez por Cartagena, siendo en esos momentos Jefe del Partido Conservador, cargo que cedió al general D. Joaquín Togores.

Incombustible como nadie, perteneció a la Junta Provincial de la Liga Marítima, siendo también impulsor de la construcción del ferrocarril costero-estratégico a la par de mostrar su sensibilidad por la mejora del Puerto de Cartagena y el problema del abastecimiento de aguas potables a la ciudad. Sin embargo el Luis Angosto que más caló hondo en el pueblo fue el hombre humano de gran excelencia caritativa y religiosidad. En la última etapa de su vida, ya retirado, dedicó su patrimonio a la ayuda a los más necesitados. Por ello no era raro verlo diariamente con su inconfundible barba blanca, o con su galera, recogiendo niños desarraigados por las calles. Si estaban descalzos les compraba calzado en la primera alpargatería que veía, y si hambrientos paraba en cualquier confitería, o en su caso en la bodega de la calle de la Caridad, número 11. Alguien escribiría alguna vez que por las noches su casa de la calle del Duque -que una vez llevó su nombre- era invadida por esos mismos niños a los que daba de cenar, enseñaba a leer y explicaba la doctrina cristiana. Y es que así era el Hermano Mayor de la Cofradía de San Ginés de la Jara... Es por ello cómo fue uno de los pilares fundamentales en la fundación de la Casa del Niño y miembro de la Junta de Protección de la Infancia y Represión de la Mendicidad.

Don Luis Angosto Lapizburú falleció el día 13 de junio de 1922, hecho que llenó de luto a Cartagena porque los grandes hombres siempre dejan huella. Por esta razón la Cofradía de San Ginés de Cartagena, a las puertas de la celebración del centenario de la refundación labrada por su antiguo Hermano Mayor -el mismo que recuperó la Romería al Monasterio del Mar Menor- no olvida, ni quiere olvidar. Es por esto que mirando a 1917 hacemos extensivo con estas líneas la recuperación de su memoria, la de un hombre bueno, Luis Angosto, “el padre de los pobres”...

 

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