Jueves, Marzo 28, 2024
   
Texto


'Ficticia libertad'

“La libertad existe tan sólo en la tierra de los sueños”
Friedrich Schiller (1759-1805)
…… y yo creo que tampoco ahí.

El egocentrismo contemporáneo ha ido encumbrado cada vez más al hombre hasta hacerle creer ser el eje de toda existencia universal. De él depende todo, o casi; es grande, es jefe, es dueño y en suma tiene poder por encima de cualquier cosa. Es consciente de su “voluntad” y de sus deseos, por lo que ingenuamente se cree libre, ignorando en el fondo las causas por las cuales hace “lo que quiere y en el momento que quiere”. Ha terminado por admitir que rasgos físicos como su color o su pelo, si es que tiene, parten de unos caracteres anteriores que han llegado a él por medio de eso a lo que llamamos genes, pero cree y convencido, que es libre en lo que piensa, en lo que quiere y también en lo que hace.
Nada más lejos. Arthur Schopenhauer (1788-1860), considerado como uno de los filósofos más influyentes de la historia del pensamiento y autor de “El mundo como voluntad y representación”, obra maestra que me enorgullece haber leído, ya lo plasmó en esta frase: “un hombre puede hacer lo que desee pero no puede desear lo que quiera”. Antes de seguir, aconsejo a mi lector repetir una y otra vez la expresión hasta entenderla.
Vivir implica constantemente decantarse por uno u otro camino, tomar una decisión de entre las dos que, decimos por eliminación, siempre quedan y que inocentemente creemos reflexionada y tomada de forma racional, muchas veces hasta presumiendo de ello, pero ignorando lo que sentenció otro gran genio antes que el de Danzig, Baruch Spinoza (1632-1677): “la mente es determinada por desear esto o aquello”.
En lo patológico, admitimos que la psicosis, ese estado tirano y extremo de enajenación mental, nos arrebata la libertad del Yo; pero siguiendo en este terreno, ya fuera de aquel brote, incluso los profesionales nos olvidamos que intentar conseguir un cambio profundo, lejos de una terapia cognitiva e incluso psicoanalítica, nunca está al alcance del paciente, siempre será en vano y que lo único que nos puede provocar es frustración y a ellos falsas esperanzas.
Pero las personas también obviamos que aun fuera de la enfermedad mental tampoco somos libres. Igual que no elegimos nuestros deseos tampoco elegimos nuestros gustos y nuestras creencias en general, como creencias religiosas e incluso, sin querer entrar en polémica, creencias políticas que nos hacen estar en uno u otro bando, sin en el fondo saber por qué y como consecuencia de ello, enfrentarnos. Tampoco elegimos nuestros actos, pues al igual, éstos se realizan en acorde a una necesidad interna que a su vez responde a factores inconscientes que no conocemos y que no podemos controlar. No se puede sostener de modo alguno que nuestra voluntad sea libre. No elegimos lo que somos, ni por fuera ni por dentro.
Hemos de desterrar ese concepto al que tan ligeramente llamamos libertad pues es algo ficticio, totalmente ilusorio. La elección se sabe de antemano, ya estaba cantada. Poder imaginar opciones posibles, no implica que las tengamos a nuestro alcance, no. Nuestro cerebro no es libre, no es una tabla rasa como otrora pensábamos; nacemos programados y nuestras decisiones son presa de esos algoritmos previamente fijados, exactamente igual como puede ser la talla adulta que alcanzaremos.
A nivel legal y considerando así la libertad como la facultad que tiene el hombre para obrar de una manera u otra, o incluso de no obrar, todo sistema judicial actual considera que la persona “sana” que ha cometido un delito podría no haberlo hecho y por lo tanto lo juzga como responsable de esa acción, basándose en que “ha actuado con libertad”. Pero, siguiendo todo lo expuesto arriba ¿por qué pagar por algo que realmente no he elegido?, ¿por qué ya no me discrimináis por el color de mi piel y sí por lo que he hecho y que yo tampoco lo hubiera querido así? ¿por qué rendir cuentas, si volviendo a Schopenhauer, esa y sólo esa era la posibilidad que estaba a mi alcance? Ahí queda.
Por último, si consideramos la frase de Elbert Hubbard (1856-1915) de que “la responsabilidad es el precio de la libertad”, al considerar supuesta y fabulosa a ésta, ¿somos entonces íntimamente responsables de nuestros actos?
Ficticia libertad, ya digo.

 

'De síntomas y signos'

“No sólo existe lo que el médico ve, también lo que el enfermo siente”

Ante el estudio de la enfermedad, es evidente que hoy en día la medicina se centra de forma mayoritaria, y a veces desproporcionada, en la objetivación instrumental de las alteraciones orgánicas que presenta el paciente, dando así dentro de aquélla mucha más importancia al signo que al síntoma.

Recordaré que, mientras que el signo viene a representar todo lo físico detectable mediante el procedimiento de la exploración (instrumental o no), el síntoma “engloba” las quejas subjetivas del paciente, o, dicho de otra forma, las manifestaciones espontáneas de la enfermedad tal como las vive y las relata éste. Así, podemos decir que mientras los signos son hechos, y por tanto pertenecen al mundo de la ciencia natural, los síntomas son esencial y nuclearmente fenómenos y, por tanto, pertenecen a otro orden bien distinto.

Síntomas y signos suelen ir de la mano en la enfermedad, es cierto, pero no por ello tienen por qué estar siempre unidos. Así, hay enfermedades sólo con síntomas y otras sólo con signos, o recordando la terminología anterior, podemos decir que también hay enfermedades sólo con fenómenos y otras sólo con hechos.

La hegemonía del signo en medicina fue claramente impulsada por René Laënnec (1781-1826), el inventor del estetoscopio, quien dictó eso de que “la medicina debería ser una ciencia de los signos”. Ese planteamiento es el que nos ha llevado a que los hallazgos exploratorios sean los que tengan la última palabra antes de una intervención terapéutica. También es en gran parte la causa del avance tecnológico, de la progresiva sofisticación en los métodos de exploración diagnóstica y del hecho que, a su vez, esa tecnificación busque, hurgue y precise cada vez más la existencia de un signo, cerrando así este círculo vicioso.

Por otro lado, la postergación del síntoma ha provocado que sean los datos y no los fenómenos, los que determinen y validen el paso de la frontera entre lo sano y lo enfermo; también de que la enfermedad en general, se convierta así en un hecho y no en un estado.

Pero estudiar la enfermedad sólo a través de la semiología, no puede justificar en absoluto ese empeño constante y a su vez imposible de convertir en un hecho (signo) lo que por sí es un fenómeno (síntoma).

Si consideramos la enfermedad mental, los síntomas constituyen aún más el verdadero lenguaje de la misma y en la mayoría de veces el único. Aquí el síntoma, como protagonista principal, engloba tanto lo que el paciente capta en sí mismo como lo que el médico, como observador, capta en el paciente, pasando a considerar aquí mayormente al signo en su acepción de un “indicio del trastorno”.

En el caso de la psiquiatría, es la exploración psicopatológica, nutrida sobre todo por la fenomenología, como así afirmó Kurt Schneider (1887-1967), la que desplaza a la semiología ocupando un lugar primordial en el estudio de la enfermedad, siendo aquélla la ciencia con la que pretendemos detectar y clasificar, en palabras de José Miguel Sacristán (1887-1957), parte de esos procesos internos impenetrables que son los fenómenos, convertidos en síntomas psiquiátricos.

Por tanto, el médico en general, por medio de la semiología hace un análisis del signo cada vez más preciso, afinando así, gracias a la tecnología, las características del mismo, realizando un estudio más exhaustivo y detallado cuando debe hacer una valoración pericial. De esta forma, por ejemplo, puede asesorar a un tribunal en cómo una lesión concreta en una mano discapacita a un paciente para conducir un camión, cuando se está evaluando la posibilidad de seguir de baja.

En el caso de las valoraciones y peritaciones psiquiátricas, el tema es bien distinto. En el fondo, intentar convertir el fenómeno en un dato, es un tema totalmente artificioso, y más aún, el hecho añadido de pasarlo por una escala de medida sin conformarse si quiera con una valoración dicotómica. Pero la realidad es que, más en temas legales, cada vez más hay una necesidad, una exigencia total y constante por conocer el estado “real” de un paciente.

Lo más cercano en ese empecinamiento, parte en considerar que el síntoma es siempre una vivencia comunicable, siendo la expresión del fenómeno a nivel verbal, gestual, o conductual y por tanto, eso sí se puede hacer objetivable. A partir de aquí parte en psiquiatría, la aplicación de toda la parafernalia estadística de la evaluación psicométrica, las pruebas estandarizadas, la fiabilidad y la validez, y un largo etc.

No, todo fenómeno no es comunicable y por ello, tampoco los síntomas pueden hablar del verdadero estado de un paciente, ya que aún la más precisa valoración por el mejor experto clínico es insuficiente para conocerlo.

 

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