Déjame soñar,

que en la noche, arropado de ternura, te vuelva a imaginar;

deja que en aquellos momentos con ojos cerrados me vuelva a mirar

y que la alegría vestida de mañana, sienta intensa y sincera llegar.

Corceles blancos se pierden en praderas que puedo tocar

atravesadas de ríos de plata que me hablan

y salpican de agua fresca mi cara,

y en sus aguas cristalinas dibujan mi sonrisa;

y me pierdo entre juncos que alegres bailan para mí

dejándose mecer por la suavidad del viento que los besa.

Déjame soñar para poder vivir un poco más,

que no llegue el nuevo día, que no quiero despertar,

que la noche sea mi día,

y mi día, aún por llegar, sea otro nuevo final.

Déjame soñar,

que mis pasos me guíen por caminos imaginarios,

que tu voz me hable con el trinar de los pájaros,

y que tus manos me lleven tranquilo y confiado más allá del infinito;

déjame soñar, que sólo así podré tu cara recordar.

A lomos de un corcel de crines blancas

suaves como nubes, cabalgo;

delante campos verdes acostados

esperándome llegar;

detrás el silencio y la mirada;

de paz y complacido uno,

de infinito amor, sin pedir regalada,

como única y sentida plegaria

vive la otra eterna y callada.

¡Galopa caballo, galopa!,

y en tu galopar invéntame el aire

del que dejarme acariciar;

que sienta tu fuerza, tu rabia,

que sienta tus ganas de volar;

¡galopa caballo, galopa!

no tenemos que esperar ni que parar,

solo seguir, solo sentir… solo vivir.

A lomos de un corcel de crines blancas

me dejé llevar;

y con ojos cerrados atravesé las montañas

abrazando los árboles del camino;

y volaban conmigo todas las fragancias,

y reían y bailaban los juncos a mi paso

mientras crines como nubes blancas acariciaba.

¡Galopa caballo, galopa!

no pares de galopar;

sé que te llamas ilusión,

se que existes y que me esperas,

cada día aquí, en mi corazón.